Vuelve.
Tu presencia trae olor a tierra mojada y a pan recién hecho. También a leña de encina y mandarinas. Y a café en las mañanas.
El cuidado, la atención y la presencia que te visten, los reclamo. Los hago mios.
Tienes el superpoder de destruir corazas, agrietar protecciones y disolver máscaras. Desmontas las exigencias y limas los bordes. Tan blanda y poderosa. Tan sutil y rotunda.
Te invoco para cada uno de mis días. Fúndete en mis palabras, entrométete en mis conversaciones y arrástrame hacia los ojos de quien tengo en frente, incluido los mios cuando me encuentre frente al espejo.
Acompáñame cuando cocine. Cuando camine. Cuando la rabia queme. Abrázame en el llanto y vitorea mis alegrías.
Aniquila a la adulta que busca conquistar el juego indomable de un niño. Mantén vivo el asombro en mi pecho cuando escucho “tita” en su diminuto cuerpecillo, tan desprovisto de normas y tan rebosante de libertad.
Dame tu mano en el desencuentro con el otro y deja que las almas se vean. Derrite el deseo de resultados y permite que la curiosidad venza.
Recuérdame visitar con más frecuencia la hoguera con los juicios que nos separan, me quedaré un rato a observar en silencio cómo son devorados por las llamas.
Acércame de nuevo el valor del detalle, del gesto amable, de la intención. Hazme ver lo medicinal de esa mano cariñosa que regala validación y un “estoy contigo” sin palabras.
Querida ternura: tiende tu manto suave y calentito sobre mis hombros. Es todo cuanto necesito /necesitamos.
Texto: Sara Castaño