Las últimas semanas estuvieron cubiertas por un halo de confusión y pesadez. Durante el día, sus aguas bailaban al son de la incertidumbre y la desgana. Durante la noche, un duermevela azorado acababa cediéndole paso a un despertar no mucho más calmado, trayendo consigo el latir desbocado de su corazón.
Haber pasado los últimos meses viendo a su familia únicamente a través de una fría pantalla, la ausencia de abrazos hermanos, o esa necesidad tan suya de conectar con su gente y sus mundos internos a través de conversaciones profundas pero llenas de risas y complicidad en una terraza al sol, comenzaban a hacer mella en su día a día. Las lágrimas brotaban de sus ojos con facilidad, los miedos hablaban más fuerte que de costumbre y al exceso de ruido le acompañaba una neblina mental que le hacían sentir agotamiento y frustración.
De nuevo esa pelea constante con las manecillas del reloj, esa demanda externa continua y obstinada que la dejaba exhausta al finalizar el día, una agenda que iba creciendo en deberes y obligaciones ataviados, para más inri, con mascarillas, desinfectante y distancia social.
Había quién buscaba consuelo asegurando que esa sería ahora la “nueva normalidad” y que acabarían por “acostumbrarse” (como escocía esa palabra). Otrxs hablaban de un posible síndrome en el que las personas experimentaban ansiedad al salir de casa tras haber estado tantos meses aisladas físicamente del mundo exterior, pero sólo sería cuestión de tiempo. Aún habiendo recibido tanto “diagnóstico” de andar por casa y de tanto consejo bienintencionado, ella continuaba sintiendo la gigante pisada de un elefante sobre su pecho.
Sin embargo, su naturaleza inquieta, indómita y pasional sabía que no permitiría acostumbrarse a nada ni a nadie, que no existía tal síndrome, al menos en su caso, y que la única salida, una vez más, era ir hacia adentro. Una vez hubo reunido el valor suficiente, se dejó SENTIR sin más mediadora que su propia observadora interna. ¿Y si no había nada mal en ella? ¿Por qué tratar de “normalizar” y etiquetar todo, despojándonos con ello de nuestro poder de cambio y reinvención? Quizá, esa incomodidad anduviese exigiendo su espacio con el único propósito de hacerle revisar una vida que probablemente ya no estaba alineada a sus deseos, sacando a relucir, además, una necesidad interna de continuar desmontando creencias que no le permitían avanzar hacia donde su alma anhelaba darle guía. Habría quién la llamase ingenua o soñadora. Habría quién pensara que era una desagradecida o que nunca encontraría ese estado de plenitud, que para muchxs, podría resultar ilusorio e infantil. Aún así, ella supo en ese momento que solo se estaba preparando para acceder al siguiente nivel y continuar siendo justamente, maga de su propia vida.