Estrellas encendidas

Contemplando sus aguas en calma, pudo ver su reflejo: suave, cálido, luminoso pero firme como la mamá osa que protege a sus crías.

Desnuda de toda vestidura que la limitara y la hiciera retroceder en sus pasos, se sentía más libre que nunca.

Descalza, caminó sintiendo cada piedra, cada pedazo de tierra y polvo. Pequeños tallos verdes que se rebelaban ante la vida exigiendo brotar en cualquier superficie desprovista de las condiciones idóneas para su crecimiento, le recordaron el poder de la intención y el deseo profundo.

Anduvo escarpados caminos, cruzó ríos a nado, sumergió su cuerpo en lagos helados y descansó bajo el sol caliente y nutricio que regalaba la primavera.

Niña, guerrera, sanadora y bruja. Poco a poco, se fue reencontrando con todas esas mujeres que dormitaron durante tanto tiempo dentro de ella. Las acogió dándoles la bienvenida, inclinándose hacia tanta sabiduría y escuchando cada historia, cada experiencia. Untándose en brebajes hechos de juego, determinación, presencia y alquimia, prometió entregarse en cuerpo y alma al camino que había iniciado.

No necesitaba más certeza ni confirmación que la que le devolvieron sus ojos. El amor y el coraje treparon a través de esas dos estrellas encendidas que guiarían cada paso.