Y entonces, en medio de la tormenta, muchas se reconocieron en la SANADORA. Contaron historias, cantaron y tocaron el tambor. Hicieron emerger sentimientos y emociones que durante mucho tiempo fueron ignoradas, curaron corazones cerrados por el miedo y sembraron semillas de vida y esperanza.
Otras, se reencontraron con su GUERRERA, emprendiendo su propio camino de la heroína. Retomaron su poder personal, liberaron sus gargantas y sus manos, y armándose de coraje y valentía, comenzaron a responsabilizarse de sus propias vidas. Esto, a su vez, las llevaría a liderar al grupo con amor y determinación.
Hubo las que descubrieron a su VIDENTE. Se sumergieron en el silencio y escucharon a su propia naturaleza. Reflexionaron, oraron y vieron más allá de lo invisible. Se rindieron a su esencia, renunciando a lo que ya cumplió su propósito y las alejaba de quienes realmente eran.
Un último grupo, apeló a su sabiduría, hallando a la MAESTRA que las llevaría a aprender nuevas formas de habitar sus cuerpos y sus vidas con mayor apertura, confianza, desapego y aceptación.
Sanadoras, guerreras, videntes y maestras se entregaron para disipar el conjunto de nubes negras que con una fantasmal coreografía se había instalado sobre sus cabezas y sus corazones. Haciendo unión, apoyándose e inspirándose unas a otras, sabían que finalmente el temporal arreciaría y un luminoso arcoíris daría la bienvenida a un nuevo comienzo lleno de consciencia, energía femenina y reinvención. Probablemente, esta tormenta las transformaría profundamente, llevándolas a derribar estructuras conocidas que dieran paso a una comunidad más compasiva, responsable, auténtica y sabia.
Es hora de hacer el trabajo.