Cuento-Medicina: Cicatriz

Te veo.
 
Veo el hueco que el paso del tiempo fue creando en la boca de tu estómago. Un agujero negro que engullía cualquier retazo de confianza que trataba de echar raices en tu pequeño cuerpo.
 
El torrente salvaje y subterráneo que conformaban tus aguas no encontraba canales creativos que lo alivianara, convirtiéndose en un cenagal húmedo y frío que te calaba los huesos.
 
Tu facilidad pasmosa para conectar con emociones ajenas resultaba demasiado pesada para una niña. Todo eso no podía ser bueno si se sentía tan asfixiante, ¿verdad?
 
En un intento tiránico y constante tratabas de mantenerte a salvo aniquilando a la niña sensible, capaz y apasionada.
 
Hoy te resquebrajaste. La morbosa danza que mantenías con el mal amor que reprime y condiciona, cesó. Y al fin, entró la luz. 
 
Te veo humana e imperfecta. Te reconozco resistente, asustada, inteligente, dulce, malhumorada, protectora, iracunda, sensible, entusiasta, egoísta, talentosa, manipuladora, curiosa, intolerante y amorosa. En todas ellas te veo. En todas ellas estás. Todas ellas eres y a la vez, ninguna. Compleja y completa, te abrazo.
 
El vacío del estómago ahora parece menos vacío. Comienzo a intuir la cicatriz que ocupará su lugar: una sutura fina, irregular y blandita que embadurnaremos cada día de presencia, escucha y letras.
 
Sara Castaño